El 28 de abril, España experimentó un apagón en las telecomunicaciones que impactó diversos servicios esenciales. En cuestión de minutos, se evidenciaron algunas de nuestras vulnerabilidades estructurales: la excesiva dependencia de infraestructuras centralizadas, la fragilidad de ciertos sistemas críticos y la ausencia de alternativas sólidas para mantener la operatividad en situaciones de emergencia. Este evento fue un recordatorio, incómodo pero necesario, de que la resiliencia no es un lujo, sino una prioridad estratégica.